Entonces cayó, cayó esa imagen, venerada hasta la convulsión, exhibida, estrenada hasta lo absurdo, así como las entrañas suelen posarse en una vitrina mohosa que agolpa la sangre. Es imposible que se escriba tal como se vio, aún es improbable que se la deje de ver, porque está y permanece allí: la estafa, la carencia, ranura de párpados y boca descompaginada, grietas en la sonrisa que ya no ríe, el surco que deja una silenciada cuando se le escarba o factura la muerte.
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